Las
cortinas de la pequeña ventana con rejillas están semicerradas. A través de
ese breve espacio, la luz entra con fuerza iluminando una parte de la habitación
y dejando el resto en penumbra. Son las dos de la tarde.
Por
las escalinatas deI lado se oyen agitados pasos, entrechocar de baldes, algunas
voces: son los vecinos que suben y bajan por agua.
El
chorro de luz cae directamente sobre una pila de volantes arrumados en una vieja
mesa de madera pálida, que se halla pegada a la pared cerca de la ventana. En el
volante de encima puede verse la foto, o pintura quizás (no es muy nítida la
impresión), de un hombre con el puño en alto y el rostro congestionado lanzando
una proclama, envuelto en una bandera peruana y agarrada otra, de color
enteramente rojo con los símbolos dorados de una hoz y un martillo. Las letras
impresas al pie, en negro, dejan leer claramente: "jViva la lucha
armada!" (1).
Sobre la mesa, en la pared, hay una pequeña repisa con libros puestos en fila.
Entre algunos títulos puede leerse: "Siete ensayos de la realidad peruana",
"El mundo es ancho y ajeno", "El zorro de arriba y el zorro de
abajo", "¿Qué
hacer?", "Las cinco tesis filosóficas", etc.
En una esquina de lu mesa hay un idolillo de piedra con rasgos antropomorfos y
zoomorfos, con la boca abierta llena de dientes largos y puntiagudos como los de
un animal carnicero (2).
Colgados en la pared hay varios cuadritos con fotos pequeñas. En una de ellas
aparece un joven pálido, sonriente: su sonrisa es triste como una premonición de
tragedia (3).
Las
otras fotos son de una muchacha baja, gordita, que siempre aparece sonriendo,
con alegría franca; a veces sola o acompañada de amigas, muchachas humildes, de
apariencia provinciana (4).
Un
vientecito fresco sube por el cerro y entra en la habitación. Entoncés se siente
expandirse por todo el ámbito un olor penetrante a polvora que posiblemente sale
de esa abertura disimulada en el cielo raso y que ahora se impregna en las
paredes y que la ventana exhala hacia la calle (5).
Al
pie de un afiche grande de Mao Tse Tung hay una foto antigua, amarillenta por
los años, pero bien enmarcada. Allí aparecen dos esposos, con tres niños
delante de ellos: dos varoncitos y una niña. Sus edades deben fluctuar entre
los seis y nueve años aproximadamente (6).
En
la parte céntrica de la salita hay tres muebles de junco, ya gastados y
deshilachandose. Sobre la mesita de centro, un croquis trazado a pulso con tinta
negra sobre una hoja delgada, blanca, del tamaño de una cartulina, muestra con
una flecha las avenidas Aramburú y Bolognesi en San Isidro. Otra flecha, con
trazos gruesos y tinta roja, señala un punto: « Aquí ». AI
lado se encuentran fotografías recortadas de periódicos y revistas con la figura
de un alto oficial de la Marina de Guerra deI Perú. Una de las leyendas dice:
"Contralmirante Germán Capelletti de los altos mandos de la infantería de
marina, dirigió la masacre de los penales." La mirada deI hombre es serena,
tranquila, pero una ligera arruga en el entrecejo lo revela como
consuetudinariamente adusto. Lleva kepis sobre la rubia cabeza y los ojos deben
ser grises o ligeramente verdes - no se puede establecer bien esto porque sólo
una de las fotos, la del suplemento del diario El Comercio es a colores y
aparece movida - . Debe tener entre cuarenta y cinco a cuarenta y ocho años.
Por la ventana se filtra ahora música de Los Shapis, intérpretes de la
Ilamada música chicha - de aires andinos y tropicales - que el radio
transistor de una casa cercana deja oír a todo volumen.
Uno
de los recortes periodísticos muestra también una foto de varios jóvenes con la
encapuchada cabeza inclinada, exhibiendo una placa en el pecho, donde se lee:
"Célula de la Zona Oeste de S. L. , comandada por el camarada Hugo,
que cayó cuando incendiaba la Nizan Sani" (7).
Detrás
de un ropero grande, viejo y medio apolillado - que hace de biombo - hay una
tarima arrimada a un ángulo de la pared, con colchón de paja y frazadas huancaínas.
Ahí, sobre la almohada, un cuaderno abierto deja leer las breves
anotaciones de un diario:
"Mayo.20.
Huallallo Carhuincho
me pide sangre humana. Dice que lo necesita en buena cantidad para recuperar
fuerzas, que expulsará a los blancos y sus dioses y volverá a reinar sobre sus
dominios: toda la población costeña walla de los valles de Carabayllo regados
por el río Chillon: Maranga, Magdalena, Surquillo, Miraflores y Chorrillos.
Además, los territorios serranos donde habitan los huancas, por el valle deI
Mantaro, por ahí (de donde
eran
originarios mis padres)."
"Mayo.
27. Por mientras, sangre de perro le estoy dando (que en algo le contenta);
también mullo, de esas
conchas que venden en los mercados para cicatrizar heridas. Pero como sus
exigencias siguen, así como las de los compañeros pidiéndome vengar a
mi hermano, ahora si decididamente pienso que esa sangre, la de mi venganza,
servirá finalmente para alimentar
al dios."
"Mayo,
31. Ayer fui a dejar canastillas con ofrendas cerca de la huaca Pando, en donde
Huallallo me reveló en sueños que lo dejara. Allí enterré una canastilla con
los mejores productos de las pocas chacras que quedan ya en los alrededores. Le
puse las papas más grandes, redondos tomates colorados, buenas zanahorias,
mazorcas de buen grano, etc. Todo eso está muy bien, me ha dicho apareciéndose
nuevamente esta madrugada, pero la sangre, la sangre de un cristiano es lo que
necesita de manera urgente."
La
habitación contigua es menos amplia que la primera. Hay una cocina a kerosene,
un mueblecito portaplatos, algunos baldes, una mesa con un hule raído, dos
sillas y una banca. Más allá: ollas y restos de comida en una boIsa plástica
grande. Luego un patiecito con un raquítico
y pálido sauce plantado al centro en el suelo desigual y cascajoso y, finalmente,
pegado al cerro, el baño: un pozo ciego alrededor deI cual revolotean moscas y
emana un fétido olor que contamina el aire.
Son
las cuatro de la tarde y el sol ha dejado de quemar afuera. Una rafaga Ilega alzándose sobre los techos de los altos edificios de la ciudad, agita las
cortinas de la ventana haciendo ruido y entra y airea la salita. Afuera, se ha
diluido la alegre, rumorosa, música de los chicheros para dar paso al noticiero
flash de esa hora donde vibra la agitada, ansiosa y cascada voz del locutor:
"Señoras y señores, en estos momentos se ha producido un atentado
terrorista en San Isidro, según nos comunica nuestro reportero: un comando de
aniquilamiento de Sendero Luminoso acaba de victimar a tiros al contralmirante
Germán Cappelletti cuando se desplazaba en su automovil con miembros de su
seguridad, quienes habrían sufrido también heridas de bala y se encontrarían
muy graves. Volveremos con más detalles dentro de algunos instantes." La música de fondo
del noticiero se eleva en el momento
en que la penumbra se acentúa en todos los rincones de la casa. Un agónico rayo
de sol logra ingresar penosamente por la ventana e iluminar con su luz escarlata
la estatuilla de piedra, donde puede distinguirse que de sus dientes de felino
discurre sangre, mientras unos hilillos rojos bajan por la comisura de
sus labios, expandiéndose apenas sobre el cuerpecito duro, gris. En esos
precisos instantes, la radio dice: "Después del ataque terrorista, fueron
apresados en violento tiroteo una mujer joven, baja, ligeramente garda, junto a
otro sujeto, también joven, acholado; pero tres subversivos escaparon cuando ya
la policía los tenía practicamente cercados..."
En
lo alto de las paredes, todos los ojos de los retratos parecen tener vida, por
el raro brillo que despiden observando al ídolo, quien, con sus ojillos vivos,
muy abiertos, la boca cerrada, cubriendo los labios de abajo a los de arriba,
parece erguirse, sonriente, triunfal, la barriga encarnada, en tanto del cielo
de Lima empieza a desprenderse de pronto una Iluviecita inusitada.
1)
La revista Caretas, en su edición del 12 de junio de 1986, diría que los
volantes pertenecían a la organización subversiva Sendero Luminoso.
2)
Lo encontró Nancy hace sólo unos meses, casí a flor de tierra, en el patiecito
de la casa que está pegado al cerro, cuando hacía un hoyo para el parante de un
cordel de colgar ropa.
3)
Hugo, nombre de guerra de quien moriría al año de la toma de esta foto en la
masacre de los penales en 1985.
4)
Nancy.
5)
Un mes atrás la trajeron los "compañeros", luego del asalto a una
mina del centro del país.
6)
Hugo, Nancy y Pedro con sus padres. Pedro murió en un accidente de tránsito
cuando era sólo un adolescente.
7)
Desde aquella fecha, los demás compañeros de su hermano no dejaron de
frecuentar a Nancy en su trabajo de vendedora ambulante en el mercado mayorista,
instándole a sumarse también a su causa.
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